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martes, 24 de mayo de 2016

ABRAZOS



Por  Reinaldo Cedeño




¿Cuánto vale un abrazo? Uno de esos más abiertos que el Alma Mater, uno de esos en que te va la vida. Un abrazo que te rescata del abismo. Un abrazo monumental. Un abrazo como un oasis, como una bandera.

Hay abrazos en los que quieres hundirte para siempre. Abrazos que fundan un país. Abrazos interoceánicos. Abrazos difíciles. Abrazos que detienen el mundo. Abrazos como para guardar en testamento.




¿Cuánto vale un abrazo de despedida? De esos que he visto en aeropuertos, en terminales, en el extremo, en lo que se va. Los abrazos que se quedan detrás del cristal, que ya no tienen pecho. Abrazos rotos, como diría Almodóvar.

¿Y un abrazo de vuelta? De aquel que llega de la guerra. La del pájaro libre que regresó a ti. El abrazo paciente de Penélope que destejía de noche lo que había construido de día, esperando a Odiseo. El de la otra Penélope, la de Serrat, que perdió la razón, que ya no pudo más, que naufragó. Que está allí, todavía, en su banco de pino verde.

¿Cuánto vale el abrazo de una madre? ¿El abrazo de buenos días de un hijo? ¿Cuánto vale el abrazo de un amigo? ¿Qué abrazos son esos que te rodean como cerco contra la metralla? ¿Qué hacer cuando nos faltan?





Hay abrazos de la euforia, del triunfo. Y abrazos de vamos, levántate. Vamos, es posible. Abrazos-terapia. Aquellos, por ejemplo, de Las Morenas del Caribe. Los de Mireya y los de Regla. No importaba quienes estaban del otro lado de la net. Un abrazo colectivo, un abrazo energético, podía retomar el rumbo.

Cuando ya no hay palabras, todavía nos quedan los abrazos. Los abrazos de un funeral, de un camposanto, son abrazos terribles; pero nunca mejor recibidos, nunca mejor entregados.

Tengo un amigo que padece de un abrazo huérfano, de un abrazo que se quedó en el aire. Algunos pretenden tarifar los abrazos. Respiran, pero les falta un pulmón. Andan, pero no han nacido.

“Te abrazo y corren las mandarinas; te beso y todas las uvas sueltan el vino”, confesó la escritora nicaragüense Gioconda Belli. El ecologista y filósofo norteamericano Edward Paul Abbey, no escatimó al decir: “Creo sólo en lo que puedo tocar, besar o darle un abrazo. El resto es solamente humo”.

Martí fue lapidario cuando escribió en el periódico neoyorquino La América, en 1884: “(…) la Tierra entera debía ser un abrazo”.

Eduardo Galeano, el cronista uruguayo publicó El libro de los abrazos. Un libro que habla de los increíbles mapas de este mundo, de la caída del cabello, de la muerte, de la celebración de la amistad, De las cosas pequeñas, que suelen ser las grandes. Un libro fragmentario, único, sin más hilo conductor que su conmovedora humanidad.

Acaso no se ha reparado suficiente en que de un abrazo venimos todos. Un abrazo vale más que un discurso. Un abrazo salva.


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