Mis pequeñas cosas

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Fotos, pensamientos, canciones, fragmentos y momentos. Vida.

lunes, 20 de agosto de 2012

Antes del comienzo. Octavio Paz.




ANTES DEL COMIENZO 











Ruidos confusos, claridad incierta.
Otro día comienza. 
Es un cuarto en penumbra
y dos cuerpo tendidos. 
En mi frente me pierdo
por un llano sin nadie. 
Ya las horas afilan sus navajas.

Pero a mi lado tú respiras;
entrañable y remota
fluyes y no te mueves
Inaccesible si te pienso,
con los ojos te palpo,
te miro con las manos.
Los sueños nos separan
y la sangre nos junta:
somos un río de latidos.
Bajo tus párpados madura
la semilla del sol.
El mundo
no es real todavía
el tiempo duda:
sólo es cierto
el calor de tu piel.
En tu respiración escucho
la manera del ser,
la sílaba olvidada del Comienzo


***




(Ciudad de México, 1914-id., 1998) Escritor mexicano. Nieto de escritor (Ireneo Paz), los intereses literarios de Octavio Paz se manifestaron de manera muy precoz, y publicó sus primeros trabajos en diversas revistas literarias. Estudió en las facultades de Leyes y Filosofía y Letras de la Universidad Nacional.

(...)

A grandes rasgos cabe distinguir tres grandes fases en su obra: en la primera, el autor pretendía penetrar, a través de la palabra, en un ámbito de energías esenciales que lo llevó a cierta impersonalidad; en la segunda entroncó con la tradición surrealista, antes de encontrar un nuevo impulso en el contacto con lo oriental; en la última etapa de su trayectoria lírica, el poeta dio prioridad a la alianza entre erotismo y conocimiento. En 1990 se le concedió el Premio Nobel de Literatura. 


Más información de   Octavio Paz

Mañana porteña en Madrid. Ismael Serrano

Presentación de su trabajo "Todo empieza y acaba en tí"
Gran Rex. 11 de agosto de 2012.
MAÑANA PORTEÑA EN MADRID







Todos los días lo encontraba
en el mismo autobús, el mismo viaje.
Le oía platicar y nos hablaba
de las calles de Boedo en Buenos Aires.

Tardes de truco y los amigos,
los pibes, la vieja y esas noches
de diciembre en el portal de cada casa.
Y era todo tan suave como un roce.

Su soliloquio oíamos, entre paradas,
y Argentina, despacito, se colaba
en la mañana fría y los viajeros
sonreían escuchando sus palabras.

Nos hablaba del temor y la miseria,
de la crisis que ennegrece estos días
y recordaba antes de que todo estallara:
él tuvo planes, futuro, toda una vida.

Y el autobús callaba y de repente
habitábamos todos un colectivo
recorriendo, cansado, Buenos Aires,
por las calles de un Madrid lleno de frío.

Ahora, decía, estaba bárbaro:
tenía un buen laburo y ya su jefe
le había prometido que muy pronto
le arreglaría todos los papeles.

Y muy pronto los pibes y la vieja
se vendrían acá. Todo se arregla.
"Cuestión de confianza", nos decía.
El futuro ha de venir en primavera.

Y me parece oír un dulce tango,
y no sé si eres vos o si sos tú,
entre el yira o tal vez la última curda,
tenés el corazón mirando al sur.

Cada mañana nos toca leer
nuevas leyes contra el viajero que llega.
Entonces pienso en él. Ruego a los dioses
que guarden su camino y lo protejan.

No lo hemos vuelto a ver. Hará
tres meses desde el tiempo en que decía
que se sentía tan bien acá en España...
igual que si estuviera en su Argentina.

Rodolfo Serrano - Ismael Serrano

Ahora. Ismael Serrano

Presentación de su trabajo "Todo empieza y acaba en tí"
Gran Rex. 11 de agosto de 2012.
AHORA






Ahora que la adolescencia es un septiembre lejano, 
humo de cerveza en un portal, un verano inacabado. 
Algunos años en la facultad de ciencias, 
papeles escritos, ron de Cuba, hojas de hierba, 
un tren dormido en una vía muerta, 
la luz de la ventana azul que siempre estaba abierta. 


Ahora que quedan tan lejos las playas de Corfú, 

las estaciones de trenes de Praga, Hamburgo o Estambul, 
los viajes que trajeron a otros vistiendo nuestros cuerpos, 
la luz de una cafetería, los amores conversos. 



Ahora que te cansas y las piscinas cierran, 

y apura el último baño la luz de las estrellas. 
Ahora que regreso a los lugares a donde quise huir 
y nadie me espera allí. 
Ahora que casi llego a fin de mes, 
que amo a una mujer. 



Que amo a una mujer. 



Ahora que pago las facturas, que me besé en La Habana, 

que sueño con Lacandona, que ya no escribo cartas, 
que cumplimos más años que promesas, 
que se hunden nuestros corazones como la vieja Venecia, 
que llego tarde a los cines y al fin del planeta, 
que alquilo un pequeño piso en un castillo de arena. 



Ahora que duelen las resacas y cortan como una navaja. 

Ahora que nadie nos saluda por los bares de Malasaña, 
que pido auxilio, besos y comida por teléfono, 
que fumo flores y lloro a veces mientras duermo. 
Ahora que tiemblo como un niño abandonado. 
Ahora que viejos amigos nos han traicionado. 



Ahora es el momento de volver a empezar, que empiece el carnaval, 

la orgía en el Palacio de Invierno, de banderas y besos. 
Se cayeron mis alas y yo no me rendí, 
así que ven aquí, 
brindemos que hoy es siempre todavía, 
que nunca me gustaron las despedidas.
(2001)
Daniel Serrano - Ismael Serrano

Sucede que a veces. Ismael Serrano

Presentación de su trabajo "Todo empieza y acaba en tí"
Gran Rex. 11 de agosto de 2012.
SUCEDE QUE A VECES




Sucede que a veces la vida mata y el amor 
te echa silicona en los cerrojos de tu casa, 
y te abre un expediente de regulación, 
o te expulsa del Edén, hacia tierras extrañas. 
Sucede que a veces sales de un bar y la luz 
quema la piel de este vampiro que te ama, 
te llena la frente de fino polvo marrón-sur, 
bostezas y te queman agujetas en las alas. 


Pero sucede también 
que, sin saber cómo ni cuándo, 
algo te eriza la piel 
y te rescata del naufragio. 



Y siempre es viernes, siesta de verano, 
verbena en la aldea, guirnaldas en mayo, 
tormentas que apagan el televisor. 
Teléfonos que arden, me nombra tu voz, 
hoy ceno contigo, hoy Revolución, 
reyes que pierden sus coronas, 
verte entre la multitud, 
abrazos que incendian la aurora 
en las playas del sur. 



Sucede que a veces la vida mata y te encuentras 
solo y en este corazón no reciclable 
se hunden petroleros desahuciados y sospechas 
que provocan miopía en lanzadores de puñales. 
Sucede que a veces la vida mata y el invierno 
saca su revólver, te encañona en las costillas, 
te aterran los álbumes de fotos y el espejo, 
huele a pino el coche y el mar a gasolina. 



Pero sucede también 
que, sin saber cómo ni cuándo, 
algo te eriza la piel 
y te rescata del naufragio. 



Y siempre es viernes, siesta de verano, 
verbena en la aldea, guirnaldas en mayo, 
tormentas que apagan el televisor. 
Teléfonos que arden, me nombra tu voz, 
hoy ceno contigo, hoy Revolución, 
reyes que pierden sus coronas, 
verte entre la multitud, 
abrazos que incendian la aurora 
en las playas del sur. 



Sucede que a veces la vida mata... 
Y siempre es viernes, siesta de verano... 
Hoy ceno contigo, hoy revolución...
(2005)

Hija de Lilith. Ismael Serrano

Presentación de su trabajo "Todo empieza y acaba en tí"
Gran Rex. 11 de agosto de 2012.
HIJA DE LILITH



No te trajo a este mundo
la costilla de un hombre.
No dio vida a tu barro
el aliento de dioses.
Tú has nacido del vientre
de una mujer despierta
que navega en el tiempo
dando a luz primaveras.

La manzana mordiste.
No me diste a probar.
Abriendo tu camino
cual torrente ancestral.
No eres ángel celeste
sumiso o redentor
ni el diablo que arrastra
al fuego al pecador.

No vas a llorar conmigo,
ni elevarte a las alturas,
no soy tu media naranja,
eres fruta entera y madura,
eres la duda que quema,
olor a tierra mojada
tras la lluvia que trajo el verano
en el que ardió mi atalaya.
No quieres mi luz ni mi consuelo,
eres la herida encarnada.
Hija de Artemisa y de Lilith,
quizá regreses al alba.


Tú no esperas mi regreso
tejiendo tristes sudarios.
No he de buscar detrás de mí,
pues yo camino a tu lado.
Eres la luna radiante
a la que aúllan los lobos,
la que mecen las mareas,
la que veneran los locos.

No vas a llorar conmigo,
no soy tu media naranja,
eres la duda que quema,
quizá regreses al alba.
Hija de Artemisa y de Lilith,
quizá regreses al alba.

sábado, 11 de agosto de 2012

Cansancio. Oliverio Girondo






Cansado
¡Sí!

Cansado

de usar un solo bazo,
dos labios,
veinte dedos,
no sé cuántas palabras,
no sé cuántos recuerdos,
grisáceos,
fragmentarios.

Cansado,
muy cansado
de este frío esqueleto,
tan púdico,
tan casto,
que cuando se desnude
no sabré si es el mismo
que usé mientras vivía.




Cansado.

¡Sí!
Cansado
por carecer de antenas,
de un ojo en cada omóplato
y de una cola auténtica,
alegre,
desatada,
y no este rabo hipócrita,
degenerado,
enano.



Cansado,
sobre todo,
de estar siempre conmigo,
de hallarme cada día,
cuando termina el sueño,
allí, donde me encuentre,
con las mismas narices
y con las mismas piernas;
como si no deseara
esperar la rompiente con un cutis de playa,
ofrecer, al rocío, dos senos de magnolia,
acariciar la tierra con un vientre de oruga,
y vivir, unos meses, adentro de una piedra.

Oliverio Girondo






Toco tu boca. Rayuela. Julio Cortázar




"Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

     Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua."






Capítulo 7.
"Rayuela"
Julio Cortázar


La noche de los feos. Mario Benedetti

1.
      Ambos somos feos. Ni siquiera vulgarmente feos. Ella tiene un pómulo hundido. Desde los ocho años, cuando le hicieron la operación. Mi asquerosa marca junto a la boca viene de una quemadura feroz, ocurrida a comienzos de mi adolescencia.
      Tampoco puede decirse que tengamos ojos tiernos, esa suerte de faros de justificación por los que a veces los horribles consiguen arrimarse a la belleza. No, de ningún modo. Tanto los de ella como los míos son ojos de resentimiento, que sólo reflejan la poca o ninguna resignación con que enfrentamos nuestro infortunio. Quizá eso nos haya unido. Tal vez unido no sea la palabra más apropiada. Me refiero al odio implacable que cada uno de nosotros siente por su propio rostro.
      Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos hermosos cualesquiera. Allí fue donde por primera vez nos examinamos sin simpatía pero con oscura solidaridad; allí fue donde registramos, ya desde la primera ojeada, nuestras respectivas soledades. En la cola todos estaban de a dos, pero además eran auténticas parejas: esposos, novios, amantes, abuelitos, vaya uno a saber. Todos —de la mano o del brazo— tenían a alguien. Sólo ella y yo teníamos las manos sueltas y crispadas.
      Nos miramos las respectivas fealdades con detenimiento, con insolencia, sin curiosidad. Recorrí la hendidura de su pómulo con la garantía de desparpajo que me otorgaba mi mejilla encogida. Ella no se sonrojó. Me gustó que fuera dura, que devolviera mi inspección con una ojeada minuciosa a la zona lisa, brillante, sin barba, de mi vieja quemadura.
      Por fin entramos. Nos sentamos en filas distintas, pero contiguas. Ella no podía mirarme, pero yo, aun en la penumbra, podía distinguir su nuca de pelos rubios, su oreja fresca bien formada. Era la oreja de su lado normal.
      Durante una hora y cuarenta minutos admiramos las respectivas bellezas del rudo héroe y la suave heroína. Por lo menos yo he sido siempre capaz de admirar lo lindo. Mi animadversión la reservo para mi rostro y a veces para Dios. También para el rostro de otros feos, de otros espantajos. Quizá debería sentir piedad, pero no puedo. La verdad es que son algo así como espejos. A veces me pregunto qué suerte habría corrido el mito si Narciso hubiera tenido un pómulo hundido, o el ácido le hubiera quemado la mejilla, o le faltara media nariz, o tuviera una costura en la frente.
      La esperé a la salida. Caminé unos metros junto a ella, y luego le hablé. Cuando se detuvo y me miró, tuve la impresión de que vacilaba. La invité a que charláramos un rato en un café o una confitería. De pronto aceptó.
      La confitería estaba llena, pero en ese momento se desocupó una mesa. A medida que pasábamos entre la gente, quedaban a nuestras espaldas las señas, los gestos de asombro. Mis antenas están particularmente adiestradas para captar esa curiosidad enfermiza, ese inconsciente sadismo de los que tienen un rostro corriente, milagrosamente simétrico. Pero esta vez ni siquiera era necesaria mi adiestrada intuición, ya que mis oídos alcanzaban para registrar murmullos, tosecitas, falsas carrasperas. Un rostro horrible y aislado tiene evidentemente su interés; pero dos fealdades juntas constituyen en sí mismas un espectáculos mayor, poco menos que coordinado; algo que se debe mirar en compañía, junto a uno (o una) de esos bien parecidos con quienes merece compartirse el mundo.
      Nos sentamos, pedimos dos helados, y ella tuvo coraje (eso también me gustó) para sacar del bolso su espejito y arreglarse el pelo. Su lindo pelo.
      “¿Qué está pasando?”, pregunté.
      Ella guardó el espejo y sonrió. El pozo de la mejilla cambió de forma.
      “Un lugar común”, dijo. “Tal para cual”.
      Hablamos largamente. A la hora y media hubo que pedir dos cafés para justificar la prolongada permanencia. De pronto me di cuenta de que tanto ella como yo estábamos hablando con una franqueza tan hiriente que amenazaba transpasar la sinceridad y convertirse en un casi equivalente de la hipocresía. Decidí tirarme a fondo.
      “Usted se siente excluida del mundo, ¿verdad?”
      “Sí”, dijo, todavía mirándome.
      “Usted admira a los hermosos, a los normales. Usted quisiera tener un rostro tan equilibrado como esa muchachita que está a su derecha, a pesar de que usted es inteligente, y ella, a juzgar por su risa, irremisiblemente estúpida.”
      “Sí.”
      Por primera vez no pudo sostener mi mirada.
      “Yo también quisiera eso. Pero hay una posibilidad, ¿sabe?, de que usted y yo lleguemos a algo.”
      “¿Algo como qué?”
      “Como querernos, caramba. O simplemente congeniar. Llámele como quiera, pero hay una posibilidad.”
      Ella frunció el ceño. No quería concebir esperanzas.
      “Prométame no tomarme como un chiflado.”
      “Prometo.”
      “La posibilidad es meternos en la noche. En la noche íntegra. En lo oscuro total. ¿Me entiende?”
      “No.”
      “¡Tiene que entenderme! Lo oscuro total. Donde usted no me vea, donde yo no la vea. Su cuerpo es lindo, ¿no lo sabía?”
      Se sonrojó, y la hendidura de la mejilla se volvió súbitamente escarlata.
      “Vivo solo, en un apartamento, y queda cerca.”
      Levantó la cabeza y ahora sí me miró preguntándome, averiguando sobre mí, tratando desesperadamente de llegar a un diagnóstico.
      “Vamos”, dijo.


2.
      No sólo apagué la luz sino que además corrí la doble cortina. A mi lado ella respiraba. Y no era una respiración afanosa. No quiso que la ayudara a desvestirse.
      Yo no veía nada, nada. Pero igual pude darme cuenta que ahora estaba inmóvil, a la espera. Estiré cautelosamente una mano, hasta hallar su pecho. Mi tacto me transmitió una versión estuimulante, poderosa. Así vi su vientre, su sexo. Sus manos también me vieron.
      En ese instante comprendí que debía arrancarme ( y arrancarla) de aquella mentira que yo mismo había fabricado. O intentado fabricar. Fue como un relámpago. No éramos eso. No éramos eso.
      Tube que recurrir a todas mis reservas de coraje, pero lo hice. Mi mano ascendió lentamente hasta su rostro, encontró el surco de horror, y empezó una lenta, convincente y convencida caricia. En realidad mis dedos ( al principio un poco temblorosos, luego progresivamente serenos) pasaron muchas veces sobre sus lágrimas.
      Entonces, cuando yo menos lo esperaba, su mano también llegó a mi cara, y pasó y repasó el costurón y el pellejo liso, esa isla sin barba de mi marca siniestra.
      Lloramos hasta el alba. Desgraciados, felices. Luego me levanté y descorrí la cortina doble.


La noche de los feos
(La muerte y otras sorpresas, 1968)
Mario Benedetti.