Mis pequeñas cosas

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Fotos, pensamientos, canciones, fragmentos y momentos. Vida.

sábado, 3 de septiembre de 2016

Palabras que hoy dicen por mí.

Hoy, palabras  que dicen por mí.
Simplemente, a veces, sucede.
Cuando no esperas nada... todo llega!
Brindemos por el por-venir.



















lunes, 11 de julio de 2016

Domingo 2 de junio. La tregua. Mario Benedetti

El tiempo se va. A veces pienso que tendría que ir apurado, que sacarle el máximo partido a estos años que quedan. Hoy en día, cualquiera puede decirme, después de escudriñar mis arrugas: “Pero si usted todavía es un hombre joven”. Todavía. ¿Cuántos años me quedan de “todavía”?

Lo pienso y me entra el apuro, tengo la angustiante sensación de que la vida se me está escapando, como si mis venas se hubieran abierto y yo no pudiera detener mi sangre.

Porque la vida es muchas cosas (trabajo, dinero, suerte, amistad, salud, complicaciones), pero nadie va a negarme que cuando pensamos en esa palabra Vida, cuando decimos, por ejemplo, “que nos aferramos a la vida”, la estamos asimilando a otra palabra más concreta, más atractiva, más seguramente importante: la estamos asimilando al Placer.

Pienso en el placer (cualquier forma de placer) y estoy seguro de que eso es vida. De ahí el apuro, el trágico apuro de estos cincuenta años que me pisan los talones. Aún me quedan, así lo espero, unos cuantos años de amistad, de pasable salud, de rutinarios afanes, de expectativa ante la suerte, pero ¿cuántos me quedan de placer?

Tenía veinte años y era joven; tenía treinta y era joven; tenía cuarenta y era joven. Ahora tengo cincuenta años y soy “todavía joven”. Todavía quiere decir: se termina.

Mario Benedetti

Capítulo 67. Rayuela. Julio Cortázar



Me estoy atando los zapatos, contento, silbando, y de pronto la infelicidad. Pero esta vez te pesqué, angustia, te sentí previa a cualquier organización mental, al primer juicio de negación. Como un color gris que fuera un dolor y fuera el estómago. Y casi a la par (pero después, esta vez no me engañás) se abrió paso el repertorio inteligible, con un a primera idea explicatoria: «Y ahora vivir otro día, etc.» De donde se sigue: «Estoy angustiado porque… etc.»

Las ideas a vela, impulsadas por el viento primordial que sopla desde abajo (pero abajo es sólo una localización física). Basta un cambio de brisa (¿pero qué es lo que la cambia de cuadrante?) y al segundo están aquí las barquitas felices, con sus velas de colores. «Después de todo no hay razón para quejarse, che», ese estilo.

Me desperté y vi la luz del amanecer en las mirillas de la persiana. Salía de tan adentro de la noche que tuve como un vómito de mí mismo, el espanto de asomar a un nuevo día con su misma presentación, su indiferencia mecánica de cada vez: conciencia, sensación de luz, abrir los ojos, persiana, el alba.

En ese segundo, con la omnisciencia del semisueño, medí el horror de lo que tanto maravilla y encanta a las religiones: la perfección eterna del cosmos, la revolución inacabable del globo sobre su eje. Náusea, sensación insoportable de coacción. Estoy obligado a tolerar que el sol salga todos los días. Es monstruoso. Es inhumano.

Antes de volver a dormirme imaginé (vi) un universo plástico, cambiante, lleno de maravilloso azar, un cielo elástico, un sol que de pronto falta o queda fijo o cambia de forma. Ansié la dispersión de las duras constelaciones, esa sucia propaganda luminosa del Trust Divino Relojero.


Julio Cortázar


domingo, 10 de julio de 2016

A veces el futuro es un sueño cerrado... Mario Benedetti










A veces el futuro es un sueño cerrado
y uno arroja la llave al precipicio
el corazón a veces nos despierta a los gritos
y uno se vuelve sordo de ternura.

A veces es preciso que se nos caiga el cielo
para saber todo lo que nos falta
para inventar el surco del insomnio
para quedarse a solas con el mundo.


Casi siempre es la hora de la verdad vacía
sólo cáscara y nada
Dios inmóvil
es el temor recién amanecido 
y ya opaco de veras
ya de veras maldito.

A veces el futuro es una noche sola
y uno gasta la urgencia en llegar y dormirse.


Mario Benedetti

Las huellas digitales. Eduardo Galeano






Yo nací y crecí bajo las estrellas de la Cruz del Sur. Vaya donde vaya, ellas me persiguen. 
Bajo la cruz del sur, cruz de fulgores, yo voy viviendo las estaciones de mi suerte.
No tengo ningún dios. Si lo tuviera, le pediría que no me deje llegar a la muerte: no todavía. 
Mucho me falta por andar. 
Hay lunas a las que todavía no ladré y soles en los que todavía no me incendié. 
Todavía no me sumergí en todos los mares del mundo, que dicen que son siete, 
ni en todos los ríos del Paraíso, que dicen que son cuatro.

En Montevideo, hay un niño que explica:
-Yo no quiero morirme nunca, porque quiero jugar siempre.

Eduardo Galeano

viernes, 1 de julio de 2016

Letanía de un día de invierno
























Día gris, lluvia fina,

Humedad y frío.

Oscuridad impenetrable.

Vacío, duda, insomnio.

Ausencia, distancia, desconsuelo.

Presencia inalcanzable.

Necesidad, sueños.

Deseo impostergable.






Anhelo ...

de abrazos y besos

De sueños y utopías.















De risas infantiles

y alguna golondrina.

Cómplices miradas 

y mágicos momentos











Caricias que dicen

Silencio que nombra

Palabras de vida.












Ternura sin prisa.

Desenfreno y calma.

Simplemente Vida.

Cotidiana existencia











Lluvia, gris y frío, 

un día cualquiera,

O en cualquier momento. 




Silvia G. Redrado

martes, 24 de mayo de 2016

ABRAZOS



Por  Reinaldo Cedeño




¿Cuánto vale un abrazo? Uno de esos más abiertos que el Alma Mater, uno de esos en que te va la vida. Un abrazo que te rescata del abismo. Un abrazo monumental. Un abrazo como un oasis, como una bandera.

Hay abrazos en los que quieres hundirte para siempre. Abrazos que fundan un país. Abrazos interoceánicos. Abrazos difíciles. Abrazos que detienen el mundo. Abrazos como para guardar en testamento.




¿Cuánto vale un abrazo de despedida? De esos que he visto en aeropuertos, en terminales, en el extremo, en lo que se va. Los abrazos que se quedan detrás del cristal, que ya no tienen pecho. Abrazos rotos, como diría Almodóvar.

¿Y un abrazo de vuelta? De aquel que llega de la guerra. La del pájaro libre que regresó a ti. El abrazo paciente de Penélope que destejía de noche lo que había construido de día, esperando a Odiseo. El de la otra Penélope, la de Serrat, que perdió la razón, que ya no pudo más, que naufragó. Que está allí, todavía, en su banco de pino verde.

¿Cuánto vale el abrazo de una madre? ¿El abrazo de buenos días de un hijo? ¿Cuánto vale el abrazo de un amigo? ¿Qué abrazos son esos que te rodean como cerco contra la metralla? ¿Qué hacer cuando nos faltan?


martes, 19 de abril de 2016

Vaivén. Mario Benedetti



Como casi siempre, al descubrirse, el desnudo y la desnuda se asombran de sus desnudeces. Como casi siempre, éstas son mejores que las de la memoria. Por supuesto, son jóvenes. Él es el primero en quebrar el encantamiento y la inercia. Sus manos se ahuecan para buscar y encontrar los pechos de ella, que al mero contacto lucen, se renuevan. Entonces, acariciando persuasivamente entre índice y pulgar los extremos radiantes, él dice o piensa: “No es que carezca de sentido de culpa, pero la verdad es que no me atormento. Las sensaciones vienen y se van, son aves migratorias, y cuando vuelven, si vuelven, ya no son las mismas. Se fueron frescas, espontáneas, recién nacidas, y regresan maduras, inevitablemente programadas. Entonces, ¿A qué ahogarse en el deber? El deber, al igual que el dolor (¿o será otra filial del dolor?), es un cepo. Esto hay que saberlo de una vez para siempre, si queremos que su gesto amargo, rencoroso, no nos sorprenda o nos frustre”.

El niño, calato como un ángel pero sin alas, inocente de su propia inocencia, camina por la playa desierta y madrugona, hundiendo cautelosamente sus pies, todavía rosados, todavía fríos, en esa cambiante frontera que separa la arena de la olita. Descubre un tibio placer en ese gesto neutro, misterioso, que lame sus tobillos. No reflexiona. Simplemente disfruta. El mar no tiene para él ni pasado ni futuro. Es tan solo una lengüeta que viene a acariciarlo, a darle la bienvenida. Y él corresponde y sonríe, a veces hasta ríe con breves carcajadas. En realidad, juega consigo mismo y con el mar. Y todavía no sabe que éste no se entera, todavía ignora que el mar es de una indiferencia insoportable, que el mar es la única tumba móvil, que el mar es la muerte en estado de pureza. En ese punto, el niño se detiene y ve a la niña.


Las colonizadoras manos de ella acarician la colonizada espalda de él, y empiezan a invadirlo, a abrazarlo, a tenerlo. Entonces ella dice o piensa: “Todo eso lo sé. Y sin embargo, en mí hay una vocación de permanencia, que , por otra parte, nunca he visto cumplida. Es obvio que el futuro está lleno de amenazas, de riesgos, de inseguridades, pero yo creo (de creer en y de crear), para mi uso personal, un cielo despejado. De lo contrario, el goce se me gasta antes de tiempo. Vos te aferrás al instante, ése es tu estilo. Mi instante, en cambio, quiere ser prólogo de otro, aunque lo más probable es que luego ese otro instante no comparezca. Algo o alguien puede matar mi futuro, pero quiero que sepas que mi futuro no es suicida”.

jueves, 24 de marzo de 2016

Hoy, ahora, ya mismo, este instante...


Sentada frente a la inmensidad del mundo,
allí donde se desdibujan
los contornos conocidos
y el tiempo se vuelve inalcanzable...
Allí, sentada frente al universo
siendo parte del todo y de la nada.

Allí donde las manos no llegan, 
pero sí puede hacerlo la mirada,
para perderse luego, 

insondable en el espacio.

Allí donde no existen las respuestas,
hay sin embargo un espacio por llenar.
Incertidumbre, duda y desconcierto
son a veces compañeros. 



Pero de vez en cuando,
sólo de vez en cuando,
me acompaña la certeza de sentir,
que aún, desconocido y misterioso,
ese camino puede resultar maravilloso.

Son momentos de segura confianza
en uno mismo, de vital energía
en piel, músculos y huesos,
la pisada es firme y deja huella…

Instantes de vida, 
tiempo sin tiempo,
devenir de lo perecedero. 


Y es quizás sólo esto lo que tengo,
cenizas de ayer, ansias de mañana.

Y además, el instante fugaz que estoy viviendo.
Hoy, ahora, ya mismo, este instante, 
el preciso  momento en el que estoy siendo.



Silvia G. Redrado





El porvenir de la intimidad

De Miquel Bassols - Enric Berenguer - José R. Ubieto



La intimidad es una noción que se afianza a lo largo del siglo XIX en el marco de una cultura burguesa que hace de la vida privada y del yo su referencia civilizatoria. Se acepta así que cada uno es conocedor y dueño de sus secretos, tesis que empieza a desmontarse con el descubrimiento freudiano del inconsciente. Hay secretos íntimos para nosotros mismos y la ilusión de ser transparentes sólo se sostiene en ciertos momentos de la infancia cuando pensamos que los padres leen nuestros pensamientos.

Hoy esta intimidad sufre una profunda transformación y prueba de ello es la popularidad del concepto de extimidad. Generalmente se usa como si fuera el reverso de la intimidad y se asemeja al hecho de que hoy lo íntimo ha devenido público. Para Lacan, autor del neologismo, extimidad tiene otro significado, alude a aquello más íntimo que sin embargo es irreconocible para el sujeto porque se sitúa en en el exterior, como un cuerpo extraño. Se trata de otra intimidad que a pesar de parecernos ajena, nos es tan familiar por constituir el núcleo de nuestro ser. Es el interior intimo meo de San Agustín o ese odio que imputamos al otro –por su extranjeridad o diferencia- y que sin embargo nos constituye a cada uno.





Fuente:
La Vanguardia.es
Cultura(s) | Miércoles, 14 de mayo 2014
https://elp.org.es/wp-content/uploads/2013/06/Gabinete-de-Prensa_Dossier-Culturas_El-porvenir-de-la-intimidad-.pdf